sábado, 1 de septiembre de 2012

EL CAPITALISMO DE EXCLUSIÓN Y LA ECONOMÍA POPULAR

Según la tesis de la acumulación originaria, el inicial despliegue del capitalismo durante la revolución industrial británica está íntimamente relacionado con una extraordinaria trasferencia de riquezas derivada del descubrimiento de América. El oro que los corsarios pirateaban de las embarcaciones españolas financió la inversión inicial del capitalismo mundial y la consolidación de la burguesía como clase económicamente dominante.

Dentro de las potencias imperialistas de entonces, se dio una singular división del trabajo: los latinos se manchaban las manos con sangre aborigen para saquear las riquezas del Nuevo Mundo y los sajones aprovechaban su superioridad naval para saquear a los saqueadores. Así, los orgullosos conquistadores quedaron reducidos, desde la perspectiva económica, a meros capataces al servicio de la corona británica, aplicando cruelmente los tres principales mecanismos de esclavización de la población indígena: la mita, el yanaconazgo y la encomienda.

La historia económica de la acumulación originaria es una lección que no debemos olvidar. Todos los sectores subalternos que se van incorporando a las filas de la clase dominante han pasado, necesariamente, su propio proceso de acumulación originaria: saqueo, esclavitud, rapiña, contrabando, evasión, trata de personas, tráfico, usurpación, estafa, corrupción, malversación de fondos públicos... estos, y no otros, son los métodos que tiene en el menú todo aspirante a burgués. La sabiduría popular lo resume cuando dice que “detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen”. Antes de todo empresario hubo siempre un delincuente y todo delincuente realmente exitoso es a la larga un empresario.

En el siglo XXI, tras doscientos años de luchas populares que establecieron pisos legales de derechos políticos, sociales, económicos y culturales, y un desarrollo ideológico paradojal que consolidó la doctrina de los derechos humanos como moral oficial de los gobiernos occidentales, cualquier grupo de poder subalterno que quiera incorporarse al establishment sólo puede hacerlo rompiendo las reglas de la actual legalidad democrático-burguesa. Los métodos tradicionales de la acumulación originaria son hoy ilegales y públicamente repudiados.

En periodos normales -cuando el Estado cumple su clásico rol de guardián de los sectores concentrados y la moral vigente-, los riesgos que enfrentan los empresarios clandestinos son muchos, pocos los que alcanzan su objetivo y, en general, el estatus quo se mantiene. Pero existen momentos en los que, por diversas y complejas causas, el Estado deja de garantizar las reglas del juego interburgués, abriendo las compuertas de esa “competencia desleal”. En la Argentina estamos viviendo uno de esos momentos de crisis y oportunidades.

Agenda Oculta tiene entre sus objetivos desenmascarar los procesos subterráneos de acumulación capitalista que, sobre la base de la explotación, la violencia, el delito y la evasión de todas las normas vigentes, han permitido el despliegue de una nueva burguesía de características inéditas. En ese sentido, paradójicamente, tenemos la desgracia de compartir objetivos parciales con oligarcas y burgueses consolidados: son las propias elites locales y extranjeras las primeras reaccionar cuando los capitalistas wanabe, envalentonados por la impunidad, quieren dar el salto de meros capataces a patrones y disputarle al establishment una porción de la tasa de ganancia global. Denuncian entonces las atrocidades de estos sucios advenedizos y olvidan que su propia fortuna también proviene de algún gran crimen que, mal que les pese, el tiempo no lavará jamás.

Desde la perspectiva del campo popular, y asumiendo la defensa de los derechos sociales de los más humildes como plataforma ético-política de acción y pensamiento, hay que ser cautelosos para que esta extraña coincidencia no nos ponga a la saga de los intereses de los sectores tradicionales de la clase dominante, aún hegemónicos. Las trasnacionales, la oligarquía agraria, los sectores extractivos, los industriales, tampoco pueden garantizar la estabilidad del Estado de Derecho y los estándares sociales de antaño: su lógica de acumulación es estructuralmente excluyente. Es que, con el grado actual de desarrollo de las fuerzas productivas, la “gran industria” descarta crecientes contingentes humanos y los arroja a la exclusión, es decir, a una vida empobrecida, sin inserción en el proceso productivo en las condiciones jurídicas vigentes.

Esta es la ley general de la acumulación capitalista, descripta hace dos siglos, y la verdadera base material del desarrollo de la nueva burguesía: es necesaria la disponibilidad masiva de aborígenes modernos, los condenados por “la reducción progresiva de la magnitud relativa del capital variable”, la “masa marginal”, la “superpoblación relativa”, en resumen, los excluidos. El capitalismo global, el capitalismo neoliberal aún hegemónico en el mundo, el capitalismo del consumismo y la degradación ambiental, único capitalismo posible con este nivel de desarrollo tecnológico, es un capitalismo de exclusión y exterminio. Y la exclusión, en virtud del principio de unidad de los contrarios, es la verdadera base dialéctica de la sobrexplotación. Esclavitud y exclusión son dos caras de la misma moneda.

Allá, en los espacios donde el capital arroja a los excluidos, el subsuelo de la patria, las villas arrasadas por el paco, las barraidas cartoneras, las Saladas de todas partes, los yerbatales de Misiones, las tierras ocupadas de Santiago, las fábricas recuperadas, los talleres clandestinos, los basurales a cielo abierto, los semáforos de las ciudades, los obradores informales, y las largas colas de la asistencia, en todas las relaciones sociales que se desarrollan en esa economía popular, se da todos los días una guerra interna entre la solidaridad y la avaricia, entre los que militan para construir relaciones solidarias en el patio trasero del capitalismo, disputando derechos para los más humildes y los que trabajan para establecer sistemas pericapitalistas de acumulación basado en el delito, la explotación, la esclavitud y la violación de todos los derechos sociales. Esta guerra interna atraviesa barrios, Estado y organizaciones populares.

Nuestra lucha hoy está en transformar esa economía popular en solidaria, agregando derechos, institucionalizando nuestros emprendimientos, democratizando las unidades productivas y construyendo poder popular para avanzar en la batalla por una sociedad sin esclavos ni excluidos. Y en el marco de esta lucha, para no regalarle al patio trasero del capitalismo a los aprendices de explotadores, para convertir los espacios excluidos en espacios de resistencia, junto a la cotidiana faena de construir poder y organización popular, tenemos que denunciar a todos los que pretenden utilizar la exclusión en función de sus propios procesos de acumulación, aun cuando esas tendencias aniden en el seno de nuestro Pueblo.

La construcción de una economía popular solidaria, austera, no consumista, basada en la cooperación y la ayuda mutua, centrada en el hombre y su entorno, en el marco de la crisis civilizadora que ineludiblemente atravesará la humanidad en los próximas décadas por la debacle ambiental que produjo el sistema capitalista, es la última barrera contra las mafias y una alternativa que tal vez vaya marcando un camino de superación.

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